miércoles, 1 de mayo de 2013

A través de sus ojos...


Lo recuerdo como si fuera ayer. Mi primer día de colegio de ese año, mi primera vez en ese colegio y mi primera vez en sexto grado. Había estado ya en varios colegios por decisión de mis papás y no me había molestado, porque sabía que lo hacían por mi propio bien.
Recuerdo bien llegar acompañado por mis papas hasta la puerta al igual que otros papás hacían con sus hijos. Me sentía raro y excluido como siempre que comenzaba en un nuevo lugar pero ellos me animaban diciendo que esta vez podía ser diferente si lo intentaba un poco.
Ellos no entendían cómo me sentía, nadie lo hacía. Para mí era como una barrera oscura que no me permitía el contacto con las personas que me rodeaban día a día.
No llegaba a poder aprender cómo hablaba alguien, las expresiones que usaba, para poder identificarlo o el efecto que me producía su cercanía. Me resultaba muy difícil sentir que la gente sentía pena por mí, ya que podía solo. Tal vez con un poco más de tiempo y paciencia de mi parte podrían llegar a notarlo los otros pero al final siempre hacia borrón  y cuenta nueva, como hoy.
Según mi mamá, en el grupo había muchas buenas personas. Pero yo no los conocía por lo tanto eran todos iguales para mí. Todos hablaban igual y utilizaban las mismas palabras. Lo único que me permitía distinguirlos eran sus nombres pero eran muchos de todas formas.
Recuerdo sentarme en el banco que la maestra me designó y sobretodo sentir la mirada fija de los demás en mí. Lo sabía por el silencio que había a mí alrededor, yo no quería ni podía verificarlo. Porque la maestra me hablaba sobre lo qué íbamos a hacer durante el año. Sabía bien que si no escuchaba atento luego me perdería información que iba a necesitar para trabajar en clase.
La primera hora nadie se acercó a mí. Así lo prefería hacía unos años pero ahora ya necesitaba acercarme a la gente y no sabía cómo. A la mayoría de mis compañeros de las otras escuelas les molestaba seguir mi ritmo y mucho más tener que explicarme todo lo que sucedía a mí alrededor.
Podía comprender su molestia, pero a mi quién me comprendía si no había forma alguna de que lo hicieran. Recuerdo que en el segundo recreo dejé en mi banco los pesados anteojos que tanto me molestaban y que salí al recreo como si nada. Sintiéndome por primera vez un chico normal, pero raro de todas formas, comencé a caminar por el medio del patio y sin darme cuenta me llevé puesta a una persona.
Los dos caímos y escuché, mientras me levantaba, como el chico decía que me pusiese los anteojos y que hiciese lo mismo que había hecho en el recreo anterior: caminar tocando las paredes para no caerme. En ese momento fue que recordé las palabras de mi mamá: no sos diferente a ellos, solo tenes que tener más atención en las cosas.
A la clase volví rápido y me puse los anteojos. Me gustaba pensar que quien fuese mi amigo lo iba a ser aceptándome tal y como era. Pero sabía bien que para ello debía trabajar duro. Pero para ello primero debía aceptarme tal y como era.




Publicado por Milagros Castro Videla -01/05/2013