Lo
recuerdo como si fuera ayer. Mi primer día de colegio de ese año, mi primera
vez en ese colegio y mi primera vez en sexto grado. Había estado ya en varios
colegios por decisión de mis papás y no me había molestado, porque sabía que lo
hacían por mi propio bien.
Recuerdo
bien llegar acompañado por mis papas hasta la puerta al igual que otros papás
hacían con sus hijos. Me sentía raro y excluido como siempre que comenzaba en
un nuevo lugar pero ellos me animaban diciendo que esta vez podía ser diferente
si lo intentaba un poco.
Ellos
no entendían cómo me sentía, nadie lo hacía. Para mí era como una barrera
oscura que no me permitía el contacto con las personas que me rodeaban día a
día.
No
llegaba a poder aprender cómo hablaba alguien, las expresiones que usaba, para
poder identificarlo o el efecto que me producía su cercanía. Me resultaba muy
difícil sentir que la gente sentía pena por mí, ya que podía solo. Tal vez con
un poco más de tiempo y paciencia de mi parte podrían llegar a notarlo los
otros pero al final siempre hacia borrón
y cuenta nueva, como hoy.
Según
mi mamá, en el grupo había muchas buenas personas. Pero yo no los conocía por
lo tanto eran todos iguales para mí. Todos hablaban igual y utilizaban las
mismas palabras. Lo único que me permitía distinguirlos eran sus nombres pero
eran muchos de todas formas.
Recuerdo
sentarme en el banco que la maestra me designó y sobretodo sentir la mirada
fija de los demás en mí. Lo sabía por el silencio que había a mí alrededor, yo no
quería ni podía verificarlo. Porque la maestra me hablaba sobre lo qué íbamos a
hacer durante el año. Sabía bien que si no escuchaba atento luego me perdería
información que iba a necesitar para trabajar en clase.
La
primera hora nadie se acercó a mí. Así lo prefería hacía unos años pero ahora
ya necesitaba acercarme a la gente y no sabía cómo. A la mayoría de mis
compañeros de las otras escuelas les molestaba seguir mi ritmo y mucho más
tener que explicarme todo lo que sucedía a mí alrededor.
Podía
comprender su molestia, pero a mi quién me comprendía si no había forma alguna
de que lo hicieran. Recuerdo que en el segundo recreo dejé en mi banco los pesados
anteojos que tanto me molestaban y que salí al recreo como si nada. Sintiéndome
por primera vez un chico normal, pero raro de todas formas, comencé a caminar
por el medio del patio y sin darme cuenta me llevé puesta a una persona.
Los
dos caímos y escuché, mientras me levantaba, como el chico decía que me pusiese
los anteojos y que hiciese lo mismo que había hecho en el recreo anterior:
caminar tocando las paredes para no caerme. En ese momento fue que recordé las
palabras de mi mamá: no sos diferente a ellos, solo tenes que tener más
atención en las cosas.
A
la clase volví rápido y me puse los anteojos. Me gustaba pensar que quien fuese
mi amigo lo iba a ser aceptándome tal y como era. Pero sabía bien que para ello
debía trabajar duro. Pero para ello primero debía aceptarme tal y como era.
Publicado por Milagros Castro Videla -01/05/2013
Publicado por Milagros Castro Videla -01/05/2013